domingo, 6 de diciembre de 2009

El Mercader de Venecia

Si alguna vez llegaís a ver un rebaño de terneros
salvajes, desenfrenados por el capricho, o una horda loca
de potrancos bravíos en endiablados saltos
relinchando impedidos por natural calor de la sangre,
haced que llegue a sus orejas un toque de trompa
o de otro instrumento y lo veréis pararse, cambiado
el fuego de sus ojos salvajes en mirada
mansa y absorta, por el poder arcano de la música.
Por eso el poeta cantó que Orfeo arrastraba árboles
y piedras y flujos; y nada hay tan refractario y duro
cuya naturaleza no cambie la música. Si hay alguién
que sí no tenga sombra de música, ni le conmueva
un acorde de sonidos suaves, ese está dispuesto
a la traición, al fraude, al robo: son tenebrosos
los reflejos de su alma cual la noche y negros
como el Erebo: a tal hombre no se le da fe.

Escuchad la Música.


W. Shakespeare.
(Acto V, escena 1a.)

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